Es común escuchar a una madre ordenarle a un hijo que deje de llorar. Incluso sigue siendo motivo de vergüenza para los padres que un hijo llore pronunciadamente en público. A menudo le pedimos a nuestr@s hij@s que si algo les molesta no digan nada, que mejor se muerdan la lengua. Por eso, consistentemente insistimos en enseñar a nuestr@s hij@s a tragarse las lágrimas, a sonreír por educación y a crear una incoherencia entre su sentir y actuar.
Este tipo de crianza frecuentemente trae como resultado adultos comedidos que requieren los servicios de profesionales de la salud especializados en el desbloqueo de las emociones. Los adultos entienden la necesidad de desbloquear sus emociones cuando sufren enfermedades físicas importantes o cuando aceptan que su incapacidad de expresión afecta negativamente sus relaciones familiares, laborales y/o sociales. Esto se debe a que está científicamente probado que las emociones tienen gran influencia en el funcionamiento de nuestro cuerpo y que el mal manejo de esta, provoca estancamientos energéticos que pueden llevar a nuestro cuerpo a desarrollar enfermedades sin que nos percatemos de este mecanismo.
En un estudio[1] realizado por José Antonio Piquera y otros, titulado: “Emociones negativas y su impacto en la salud mental y física”, expone, citando a Izard, que las emociones tienen varias funciones sociales entre las cuales están facilitar la interacción social y permitir la comunicación de los estados afectivos. Partiendo de esto, podemos decir que como padres, madres y cuidadores cuando enseñamos a nuestr@ hij@ a no expresar sus emociones estamos afectando su desarrollo social. Si pensamos que llorar es la manera más instintiva de comunicación, es ridículo que debido a nuestra inadecuada educación tengamos que pagar a un profesional para que nos enseñe a hacerlo y nos “desbloquee”.
Frente a todo esto mi propuesta es que nos demos el permiso de expresar nuestras emociones y permitamos que nuestr@ hij@ exprese las suyas. Para lograrlo sugiero hacer lo siguiente:
- Reflexionar sobre cómo nosotros como adultos expresamos nuestras emociones frente a nuestr@ hij@. Por ejemplo, podemos pensar en cómo reaccionamos cuando un conductor de vehículo comete una infracción que nos afecta negativamente, con qué frecuencia expresamos nuestro cariño a las personas que nos rodean o si hablamos a menudo de nuestros sentimientos.
- Busquemos maneras adecuadas de comunicar nuestra ira o enojo para no dañar a otros innecesariamente durante el proceso de expresión.
- Preguntémonos por qué estoy sintiendo esto o lo otro. Por ejemplo, pensar en el fondo qué es lo que está causándome esta tristeza, será algo que ha hecho otra persona o algo que no quiero aceptar de mí mismo.
- Una vez expresado el sentimiento, supérelo y siga adelante. Enfóquese en algo nuevo y productivo. Expresar, liberar y superar.
- Atrévase a expresar su amor abiertamente sin miedo a que esto le haga parece débil de carácter.
- Hacer entender a nuestr@ hij@ que expresar lo que sentimos es sano y está permitido.
- Considerar el arte como una hermosa manera de canalizar las emociones.
- Tener muy presente que las emociones no son buenas o malas y por lo tanto no debemos juzgar a nuestr@ hij@ cuando las expresa. Por ejemplo, es sano que nuestr@ hij@ se sienta con la apertura para poder admitir y expresar que siente envidia, miedo, culpa o cualquier otro sentimiento que sea menos bien visto que el amor o la gratitud. Que entienda, que frente a nosotros aceptar sus sentimientos no le hace quedar como “mala persona”, ni tampoco le hace más vulnerable.
- Si su hij@ hace rabietas, permítale hacerlas, déjele llorar copiosamente para que se exprese; pero no le haga mucho caso, pues debe entender que es un ejercicio de liberación y no una herramienta para manipular a otros o conseguir sus caprichos.
- Como el agua, las emociones que no fluyen se estancan y dejan de ser aptas para la vida.
Consultora en Educación, Crianza y Sostenibilidad
[1] Publicado en la revista Suma Psicológica en el 2009.
Leave a comment